Una de las cosas buenas que tiene estudiar fuera de casa, además de no vivir con tus padres (mamá, si algún día bajo tortura te enteras de que he escrito esto… olvida esta última frase, ¿ves? la tacho…), es que puedes viajar, no sólo para volver los fines de semana a por tuppers de comida, o con ropa para lavar, si no también a visitar amigos que viven en otros sitios.
Para viajar, mientras eres estudiante, con recursos limitados y no se fían de dejarte el coche tienes que ir en autobús o en tren. Personalmente me encanta ir en tren, aunque a veces creo que soy un poco masoquista por ello, por supuesto cuando te imaginas pasar tantas horas viajando en tren te lo imaginas como en un videoclip, escuchando música melancólica mientras fuera llueve y ves bonitos paisajes bucólicos. Luego descubres que no siempre es posible escuchar tu música sin quedarte sorda, que si llueve es horrible saltar charcos con la maleta a cuestas y que la mitad de las veces viajas de noche en invierno sin posibilidad de ver paisaje. Así que para entretenerme entre otras cosas observo a la gente. (A diferencia de la novela que da título a este post, a mí nunca me han hecho una oferta para matar a gente, todavía). Estos especímenes son autóctonos de los trenes en los que suelo volver a casa:
El resacoso
Pertenece a una carrera en la que se pueden disfrutar los jueves universitarios, así que el viernes va de resaca a casa. Normalmente es tranquilito, va dormido gran parte del viaje en estado vegetal, hasta que casi llega a su destino, entonces empieza a sonarle el móvil muuuuchas veces con gente que quiere quedar con él. Es muy social el chico, tanto, que todo el vagón puede enterarse que esa noche ha quedado con toda su cuadrilla en la calle X, y que faltan el Jonathan y la Vane, pero no pasa nada porque el que compra el botellón ya está avisado. Si te bajas en su misma parada y no tienes plan para esa noche te puedes unir.
La que no puede estar sola
Llega con sus tacones corriendo, por la estación, vestida toda mona con su maleta gigante rosa chillón y su flequillo tan ladeado que desafía la gravedad. Hace vagos intentos por subir su maleta que pesa como si llevara un muerto dentro a la parte de encima de los asientos destinado a ello, repite un par de veces la operación cerca del grupito de tíos cercano hasta que alguno se apiada de ella y se la sube. Da las gracias con una risilla tonta y posterior aleteo de pestañas, como quien la ayuda suele pasar de ella se sienta sola. Sin que el tren salga de la estación saca el móvil con lentejuelas y se pone a hablar a todo volumen con una amiga y dice que es para que le haga compañía, con su volumen de voz y su voz aguda insoportable (¿porqué siempre tienen voz aguda insoportable?) se pasa media hora hablando de cotilleos, sabrás quién de sus amigos ha cortado con la novia, y quien va rajando de otros y quién la ha mirado mal. Por supuesto te la encontrarás en tu vagón el día que más quieras dormir, y cuando no sepas si regalarle tu revista para que calle o estamparle tus apuntes de redes, habrá pasado media hora y llegará a su parada. ¿No podía estar calladita y sola media hora?????
El que se pone una peli
Este en principio no tiene nada de malo, llega, saca el portátil, enchufa los cascos y pone una peli, a veces incluso la pone en versión original y puedes leer los subtítulos y seguirla mientras no te pille, asumiendo que el revisor sieeeempre pasará y te interrumpirá en el momento cumbre, creo que están aliados. El problema son sus cascos, el chico está ya un poco sordo, y se la pone a todo volumen, y lleva unos cascos malos, de estos que se oyen más desde fuera que puestos, con lo cual mientras intentas dormir oyes de fondo muuchas explosiones (siempre son pelis de explosiones) con un leve ruido metálico, como además los trenes de renfe no siempre son… nuevos (alguno te planteas si se moverá o tendrás que bajar a empujarle y rezar porque no se suelten piezas), pues digamos que no es un compañero apto para tener un viaje tranquilito. Aún así no es de los peores que te pueden tocar.
La despedida de soltero
Antes la gente se iba de despedida de soltero a beber una noche en su ciudad. Ahora la cosa ha evolucionado, y la última moda es irte un fin de semana a la ciudad de otro, (bueno, igual el plan era volver a la mañana siguiente, pero el alcohol ingerido a veces les juega malas pasadas). Lo normal es encontrártelos en el último tren de la tarde del viernes, normalmente es un grupo de treintañeros con una muñeca hinchable y que hacen mucho ruido, de paso intentan ligar con frases muy poco sutiles con alguna incauta que pase cerca. El tímido que va escondiendo la cabeza y fingiendo no conocerles pero sin poder separarse de ellos es el que se casa.
Las marujas viajeras
Grupo de marujas que han ido a pasar el día de compras por la capital, aprovechando que el tren pasa por su pueblo. Son las «señoras que» de los trenes. Tienen toda la semana para ir, pero van el viernes que es cuando el tren va hasta arriba de estudiantes. Llegan justo un minuto antes de que el tren salga (cuando ya te habías hecho la ilusión de ir en un vagón más o menos tranquilo) diciendo lo cansadas que están ¡jojojo¡ (se ríen en cada frase con esa risa particular), con sus tacones ¡jujuju!, con treinta bolsas en cada mano ¡jijiji! ¡casi agotamos las rebajas! Por supuesto si no hay asiento se quejan al revisor, que lo único que les dice es que ahhh, haber venido antes. Además pasarán el viaje quejándose y riéndose a partes iguales, hablando a un volumen por encima de la media española y casi sin parar a respirar interrumpiéndose unas a otras. Si estás un poco atenta a lo que dicen, y si no también, te enteras de a cuál de ellas le aprieta la faja, a cuál le dicen sus amigas que su marido le dará dos meneos esa noche, cuál se queja de los juanetes, de sus hijos y de los políticos (en la misma frase), y cuál está cansada pero ¡jujuju! casi se cae al entrar en el corte inglés…
Grupo peligroso al que es recomendable evitar a toda costa, incluso más que el anterior, sobre todo si distingues que su acento no es parecido al de la ciudad de donde sale el tren y se parece más al tuyo, que en ese caso las escucharás sin descanso durante muuuuuchas paradas.
La familia feliz
Llegas al tren pronto, vas al vagón más lejano esperando evitar al grupo anterior (que entrarán en el que primero les toque), se va llenando el vagón, todo va bien, y de repente, cuando ya solo quedan cuatro asientos, los ves venir, la familia feliz, madre con dos niños y presumiblemente la abuela de estos. Deseas fervientemente que los niños sean de esos que los padres les dan la gameboy y los atontan. Y resulta que la mitad de las veces los niños se portan bien y son de lo más buenos, no lloran ni saltan ni chillan, (la mitad de las veces), en ese caso es la abuela la que no calla quejándose de lo caro que es todo y de no se cuántas cosas más. Creo que en otras ocasiones pertenece al grupo de arriba, pero aprovecha que no van las amigas para acaparar el turno de palabra todo el rato. La madre de los niños asiente con la cabeza o responde monosílabos, pero su estrategia de ganar paz ahora que los niños están quietecitos no funciona, porque la otra está con el subidón de ir con los nietos. Me pregunto qué llevarán los caramelos que les da y se come ella también…
El ejecutivo
A veces también he viajado en trenes donde van ejecutivos trajeados. Suele haber tres tipos: el ejecutivo dormilón (mientras no ronque es el compañero de asiento perfecto); el ejecutivo que teclea, este no para de teclear compulsivamente el ordenador o la blackberry, click, click, click, click, click, click, click, bebe agua, click, click, click, click, pasa el revisor, click, click, click, click…. como informática es un sonido que no me molesta en absoluto; y el ejecutivo que habla por el móvil, algunos parece que se sienten más importantes si no paran de hacer llamadas, y cuantas más palabras técnicas meten mejor, eso sí, cuando en dos llamadas seguidas ves hablar de las mismas acciones de forma totalmente contraria te planteas si se lo inventa y ya no sabe qué se ha inventado o si a alguien se la está colando. Que digo yo, en un tren lleno de otros ejecutivos igual no es bueno usar esta estrategia, que con alguien de los presentes te puede tocar trabajar en el futuro y se han podido quedar con tu cara…
El que finge estudiar
Hay gente con afición a pasear los apuntes, sobre todo cuando se acerca la época de exámenes, estos en sí no son peligrosos, pero son curiosos de observar. Para empezar sacan los apuntes limpios, los bonitos, no los que todos tenemos de finales de cuatrimestre que necesitan horas de aprendizaje en descifrado de jeroglíficos en egipcio antiguo. Además pretenden subrayar, lo cual en un regional puede ser una tarea de precisión y pilotaje de bolígrafo interesante. Y lo más curioso es que en realidad no quieren estudiar, miran las nubes, a los otros pasajeros, me pillan observando mientras disimulo, escriben un mensaje (o un whasapp los modernos de ahora), leen otra línea, miran al infinito… En fin, si no quieres estudiar, ¿para qué sacas los apuntes en un sitio lleno de desconocidos con los que no tienes porqué fingir que estudias?
Esta entrada ha sido escrita describiendo experiencias personales de mi vida en el tren con ciertos adornos, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, especialmente si te sientes identificado con alguno de los grupos anteriores y te molesta. Servidora ha viajado en el tren de muchas formas, y no siempre sola, por supuesto no es inocente de no haber alterado nunca la paz de los viajeros.